Cuando estaba en la universidad uno de los grandes descubrimientos de mi mismo fue encontrar que me gusta escribir. Entré al taller de creación literaria y mientras cursé la carrera me las arreglé para tomarlo en cada semestra. Talvez uno o dos semestres no lo cursé por cuestión de tiempos donde una clase se empalmaba con el horario del taller pero incluso hubo momentos en que acomodé mis clases alrededor del taller: estaba totalmente enganchado.
Sin chistar puedo decir que fue mi materia favorita aunque no fuera curricular ese era el lugar donde me sentía más agusto y en mayor control. De algún modo todo dependía de mi y me sentía feliz experimentando y siendo guiado por la mejor de las mentoras; Teresa Dey.
Descubrí la poesía, el cuento, las buenas prácticas, los juegos y las excepciones. Me di vuelo y tenía la costumbre de llevar una libretita para notar mis ideas. Ahora que lo pienso es algo que extraño, esa sensación de llevar contigo todo un mundo paralelo doblado en papel, garabatos y anotaciones.
Terminé la carrera y me puse a trabajar a la par que seguí persiguiendo ese sueño que es escribir, me apunté a una maestría en lengua y literatura mientras tenía empleo de tiempo completo. Punto final, no hay maestría que pueda cursarse mientras tienes un empleo demandante y una maestría que exige tanto tiempo y tantas lecturas. Terminé por abandonar.
Luego tomé otros talleres intentando recrear esa emoción de los primeros y aunque el efecto era diferente la emoción estaba ahí. Sigue ahí estoy seguro. El problema de la adultez es la falta de tiempo, la necesidad de resolver todo lo práctico, el día a día que no perdona y sí, dentro de mis planes está tomar algún taller aunque sea en línea, aunque sea para producir textos que no necesariamente vean la luz o sí, quien lo puede saber. Pero ahí está la magia, el encanto total: no importa para qué escriba, el descubrimiento es saber que escribir me da alegrías y es algo que me debo a mi mismo.
En todo caso, este relato viene al cuento porque tal es mi atración a las letras que estuve pensando en formas de involucrarme con el mundo literario aunque fuera como un outsider, ya se sabe que todos los mundillos son clanes cerrados que solo aceptan a los iniciados y aquellos que han atravesado brutales ritos de paso o que están bien conectados con los viejos del consejo.
Me importa poco yo quiero hacerlo y hacerlo lo hice, me he montado una editorial digital con la intención de ayudar a la autopublicación. Se llama LetraPixel y se dedica a publicar textos en formatos digitales; eBooks para distintas plataformas para que luego sus autores puedan hacer lo que quieran con ellos, venderlos, publicarlos, hacer print-on-demand y regalar sus ejemplares.
Al final es aportar un granito de arena tanto a mi gusto como al sueño de alguien más. Si estás interesado en publicar un ebook dale un vistazo a LetraPixel, editorial digital.